domingo, 14 de marzo de 2010

El Pacay de las Brujas


JOSE ALVEAR CORIMANYA
*.*.*.*.*.*.*.*.*.*.*.*.*.*.*.*.*.*














SU FIRMA Y CONSIGNA LITERARIA.
*.*.*.*.*.*.*.*.*.*.*.*.*.*.*.*.*.*.*.*.*.*.*.*.*.*.*
.














EL PACAY DE LA BRUJAS.
*.*.*.*.*.*.*.*.*.*.*.*.*.*.*.*.*.

Uno de los pacaes esta al borde un muro de piedras que colinda, con la calle principal que va al barrio Colca, el otro está más adentro, ambos abarcan todo lo ancho de aquella polvorienta calle. En este lugar, muchas persona se detienen a dialogar, co o parte de un pequeño descanso. Para otros, era el lugar romántico más apropiado, para intercambiar besos y abrazos. El pacay, brindaba frescura con su sobra en los días calurosos y servía a la vez en tiempo de lluvia, como un inmenso paraguas, y así los diálogos para los enamorados eran más íntimos. Era fantástico ver, como el tiempo había pasado por sus ramos gruesas y delgadas. Había logrado enredarse rn lo alto, así era hermoso verlo tan grande, coposo, era un monumento a la naturaleza.

Cierta tarde, un reducido número de amigos íntimos, se pusieron de acuerdo para ir al frondoso pacay. Según el plan fueron primero al río Anchaqui, llevando varias talegas, he hicieron lo que debían hacer. Luego, caminaron hasta llegar al lugar indicado, y ahí se escondieron en el rincón más apropiado, esperando el momento oportuno para actuar.
Mientras esperaban, bebieron algunos sorbos de Pisco. La Luna asomaba su Luz al pueblo y en otros momentos desaparecía en medio de largas nubes negruzcas, que cruzaban el firmamento. Uno del grupo, divisó a lo lejos un cuerpo delgado y menudo, que se acercaba por aquel camino angosto donde ellos se encontraban.
-¡El es¡ - dijo Toribio con sorna.
-¡Si, es él¡ - exclamo Mariano muy alegremente.
Su caminar muy origina lo había delatado, todos comprendieron que se trataba de la víctima. Callaron, dejando el rumor a los grillos y a otros animales, a posesionarse del silencio de la noche. Un vientecillo tibio recorrió el lugar, haciéndola más fresca. La Luna parecía brillar mejor a estas horas de la noche.

Aquel joven delgado, cada vez se acercaba más. Al llegar, a la sombra del inmenso pacay, trepó el cerco de piedras, no sin antes mirar en toda dirección. Ingresó al campo donde estaba el frondoso árbol, se arrimó al pacay como las demás noche, se bajo el pantalón y se sacó el miembro viril. Cerro los ojos y empezó a encumbrar lo inalcanzable de la sexualidad. Los movimientos de la masturbación, se agilizaban queriendo derrochar su energía interna.
Aquel grupo de amigos, comprendiendo la difícil situación de “El niño José”, vieron que era el momento de actuar, giraron raudamente los saquillos en el espacio y en tiempos diferentes y diversas direcciones, fueron lanzando que habían traído del río. en ese momento, nación una lluvia de arenilla con piedras menudas, estas caían desde lo alto del pacay… “el niño José”, asustado y confundido, dejo de masturbarse, se subió rápidamente el pantalón y lo amarró como pudo, trepo el muro de piedras y corrió despavorido de aquel lugar, sin voltear la cabeza.

Al día siguiente aquel grupo de amigos, interceptaron disimuladamente al jovenzuelo de la noche anterior, en la plaza mayor. Conversaron de la rutina y de ls novedades que traía la vida. “El niño José”, sin poder contener el miedo que todavía conservaba en el rostro, contó haber tenido una experiencia muy desagradable bajo el pacay de aquella larga calle, que va al barrio Colca.
“…. Cuando pasé por el pacay-dijo “El niño José”, con sus ojos bien abiertos- de pronto una gran lluvia de arena fina y de piedras menudas caían sobre mi cabeza, el árbol empezó a moverse y los pacaes caían. En ese instante, escuche algunas voces incoherente en varios tonos, se igualaban a la ultratumba de la bruja, levante la mirada al gran pacay y vi como la larga cabellera de la bruja, se había enredado en las ramas. ¡Aquel pacay, es una bruja¡ Me miraba, me sacaba la lengua, de sus ojos nacían luces como rayos que herían mi cuerpo.. Salí corriendo del lugar, tanto que hasta los pantalones, de susto, se me cayeron. Casi muero de puro terror…. No he podido dormir, mis nervios están completamente destrozados. Iré a la Iglesia a confesarme…”

El rumos nació en la plaza de armas y horas después todo el pueblo se había enterado del acontecimiento. El párroco, fue el único que nunca comento nada sobre aquel suceso. En este pueblo había nacido un nuevo mito, “El pacaya de las brujas”.
Desde aquel día, el miedo cundió en los adultos, y pero en los niños que eran objeto de amenaza verbal: “ Si no obedeces, te llevo al pacay de las brujas”.
Las persona se vieron obligadas a pasar con mucho cuidado. Algunos, para evitar algún susto mayor, terminaban sus actividades domésticas antes que oscurezca. Pero como en todo lugar, hubo un hombre que no se doblegó a cambiar de rutina. Él desafiaba a voz en cuello, para que todos se enteren que él seguiría pasando todos los días bajo el pacay, a las cinco o seis de la tarde. Nadie sabía, que al pasar bajo el pacay, el silbaba y desafiaba a la bruja.

-¡Dónde esta brujita mía, para amarte?
- Si me enseñas tu rostro, te beso
- La única bruja del pueblo, es mi mujer.

Cuando regresaba a su domicilio, después de haberse divertido con los amigos del pueblo, afirmaba que al pasar por aquel lugar, entre nueve y diez de la noche, nunca había experimentado cosas raras, y nunca había visto bruja alguna. Pero lo que no decía es que de su boca salían frases como estas:
- Brujita linda de mis amores, ven a mi..
- - Cariño mío, cariño mío no te escondas, por ti vengo..
- -Amor mío, de algún brujo será y no mío ….

El tiempo paso, y un buen día, “El niño José” sin poder controlar su genio, fue al pacay a la luz del crepúsculo, y circunstancialmente, encontró varios saquillo que todavía conservan algo de arenilla y piedras, tan parecidas a las que le habían llovido aquella noche del susto. Reflexionó y puso en duda la realidad y la fantasía del pavor. Analizando objetivamente, se vio descubierto por algunos o muchos del barrio, ya que sabían de la masturbación que se hacía. Se avergonzó, transpiró del espectáculo que había brindado sin darse cuenta. ¡Cuántas personas me habrán mirado? ¡ Cuantas noches me habrán observado? ¡Sabrá todo el pueblo que me masturbo?. Se vio descubierto por aquel vil espionaje de su privacidad.

- Me vengaré¡ Exclamó sin poder controlar lo confundido que estaba, de ira y verguenza.

“El niño José”, para credibilidad a todo el pueblo de lo que dijo, preparó todo un plan de acción. Una noche fue a dicho lugar, se escondió en el sitio más adecuado y espero al valentón, que había osado desafiar su verdad.

Aquella noche su víctima para mal o buena suerte, había bebido algunas copas de pisco, uy al pasar bajo “ El pacay de la brujas”, no sólo le cayo arenilla y piedras menudas desde lo alto, sino también, vísceras que se enredaron en su cuerpo. Escucho miles de voces que maldecía su entereza…
- ¡Nadie desafía a una bruja¡
- ¿Come estas tripas¡
- Ven mi ….. ven a mi…

Al día siguiente muy temprano, fue al pueblo, busco a sus amigos y empezó a contar lo sucedido.

- El pacay, es la madre de miles de cabezas que hay en las ramas. Arrojan arena, piedras y lo peor, es que cuando abren sus bocas, vomitan vísceras, y mientras más se mueven, caen más vísceras, llenas de sangre y excremento. Pero en todo esto, hay una bruja que sacude el árbol y cae el fruto al suelo y no es fruto, son unas lenguas que se mueven como culebras partidas en dos.-explicó atemorizadazo, mientras de su frente bajaba un sudor incontenible.

Con estas declaraciones, de un hombre muy serio de todo el pueblo, las versiones de “El niño José” se vieron respaldas. El temor y el respeto al pacay creció. En toda la población, la zozobra aumento más y más. La presencia de gallinazos, dando rondas en lo alto del cielo, alarmaban más a la población, por lo mismo que anunciaba la existencia de mondongos. Unos decían:
- Son de humanos.
- Son de perros y de ovejas.
- Son de las propias brujas.

EL pacay, se había convertido en el terror del pueblo, sobre todo en los adultos, nadie quería pasar solitariamente por aquel lugar y si lo realizan, pasaban corriendo como los mil demonios. Algunos lo hacían acompañados. Aquel lugar que antes había aglutinado bajo su sombra, diálogos fraternos, caricias, juramentos de amor, juegos infantiles, ahora era el árbol temido, tan igual que su fruto de ser comido.
-¡De las ramas caen mondongos…
- ¡Son las tripas de los desaparecidos¡.
- ¿Los espíritus vagan, alrededor del pacay de las brujas¡

Se sabe que por aquel lugar, había un vecino que sufría de los nervios al enterarse de esta noticia, el pánico creció, vivía sobresaltado, en su imaginación nacía miles de ideas, así el temor creció más cuando miraba al pacay desde lejos, para él era una bruja, con sus pelos que se mecían al compás del viento. A ratos veía, dos o tres cabezas juntas que lo llamaban. Aquel buen hombre, para pasar, pescaba a cualquier vecino y le pagaba para que lo acompañe, sólo así podía llegar a su casa y al pueblo. Muchas veces se pasaba el tiempo y al no poder regresar a su casa se quedaba en el pueblo a dormir, esperando la salida del sol.

A pasado tanto tiempo, que “El Pacay de las brujas” se ha caído de pura vejez. De sus ramas, los pobladores hicieron leña, fuego, muchos bailaron sobre sus cenizas. Los temores y pesadillas son ahora memorias del pasado.



La mayor parte de los actores salieron del pueblo en busca de nuevos horizontes, muchos ya han muerto, algunos aún siguen envejeciendo como el pacay. Para ellos todavía existe “ el frondoso pacay de las brujas”, lo ven mecerse junto al viento, que se pierde en las soledad de los tiempos.


*.*.*.*.*.*.*.*.*.*.*.*.*.*.

La luz de Alvites

JOSE ALVEAR CORIMANYA
*.*.*.*.*.*.*.*.*.*.*.*.*.*.*.*.*.*

.



SU FIRMA Y CONSIGNA LITERARIA.
*.*.*.*.*.*.*.*.*.*.*.*.*.*.*.*.*.*.*.*.*.*.*.*.*.*.*
.


LA LUZ DE ALVITES.
*.*.*.*.*.*.*.*.*.*.*.*.*.


Todavía tengo el recurso en mis ojos, lo que sucedió en el año 1937. Era el mes de febrero, había llovido res días seguidos pero el cuarto día, el sol nacía entre los cerros como nunca antes sucedió.

Estábamos en la semana de carnaval y el día central se acercaba. Como es natural, todos deseábamos que la fiesta sea mejor que el año próximo pasado. Cada vecino, a su manera iba preparando sus cosas. Aquella mañana toda la gente del pueblo tuvimos una gran sorpresa: de pronto apareció un camión pequeño, no sabemos realmente a que hora ingresó al pueblo: lo más probable es que fue de noche o por la madrugada, donde todo el mundo duerme; y los perros dan de rato en rato una pestañeada al cansancio.

La novedad era para todos, especialmente para los más pequeños, ellos al ver el camión, lo perseguían corriendo, junto a los perros que no dejaban de ladrar y de correr tras las ruedas. En cambio algunos adolescentes corrían y se subían “al vuelo” y así, repleto de personas el camión se desplazaba llevando muchas alegrías, sonrisas, ¡Hurras¡ El camión dio varias vueltas alrededor de la plaza de armas. El dueño, lleno de emoción aceleraba el motor como toro embravecido, levantando polvareda y demostrando gran habilidad en el timón, por algo venía desde Lima: la capital del Perú.

Los más pequeñitos, atónitos y asombrados, desde sus puertas dejaban de jalar sus carros de madera y desde ahí paraditos, miraban el camión boquiabiertos.

Indudablemente todo el pueblo se llenó de emoción, todos estaban muy orgullosos, incluyendo los ancianos., al ver que uno de sus hijos de Caraveli, ya tenía carro.

- ¡El pueblo está progresando¡ - gritaba uno que estaba en la Plaza Mayor.
- ¡Esto es Caraveli¡ ¡Que les parece¡ -exclamaba el Alcalde lleno de Júbilo.
- Esto se merece una fiesta de varios días- opinó uno de los vecinos, que llevaba en el hombreo un ternero.
- ¡ Traigan vino¡ ¡ Mucho vino¡ Que la fiesta recién va a empezar – ordenó un vecino a su hijo mayor.
- Estos vehículos llegan a la muerte de dos o tres gatos – manifestó alegre un anciano, que estaba sentado en una mecedora frente a la puerta de su casa.

Luego de algunas vueltas por el contorno del pueblo y a la Plaza de Armas se detuvo frente al local de la Municipalidad. Muchos corrieron con cierto miedo, especialmente los más pequeños, para tocar las puertas, las ruedas y agarraban cuanto podías. Igualmente hicieron los perros, que inmediatamente pelearon para orinar en las llantas; cada uno deseaba dejar su “marca”.

Por su parte el dueño brindó un vaso de vino, con varios vecinos del pueblo. En aquel momento los discursos aparecieron por doquier, felicitando al dueño que no apartaba de su mano el vaso de vino y no dejaba de sonreir y de dar las gracias, por las felicitaciones.

Calmados los ánimos, el dueño eligió a treinta personas para dar otro paseo por el pueblo, luego subirían otros tanto. Los elegido subieron al camión y otras dos personas más para que lo acompañen en la caseta. El carro, por las maniobras del chofer, empezó a crujir. Las ruedas se movieron unos centímetros y los aplausos inmediatamente aparecieron, tan igual que los ¡Hurras¡ ¡Hurras¡, que los vecinos espontáneamente daban, junto al ladrido de los perros que aparecieron nuevamente. EL l camión se alejó en medio de tanta alegría, mientras todos levantaban la mano en un adios infinito, otros brindaban con un vado de vino, pagando a la Santa Tierra, algunos vecinos dejaron caer algunas lágrimas de emoción.

¡Caravelí, tenía su camión¡ Entre vivas, alaridos y nubes de polvo, el camión se perdió al final de la calle principal. el vehículo subía por una trocha ladeando el cerro, como quien se va a ático. cuando llegó a la parte más alta del cementerio, el camión se detuvo como un toro bravo, rujió varias veces, votando humo por la parte trasera. Desde aquella colina, todos miraron alegres el pueblo, les parecía diferente. Las sonrisas se reanudaron y con la misma alegría. El carro después de algunos minutos empezó a rodar suavemente cerro abajo. En una maniobra inesperada, el chofer quiso ingresar a la trocha, pero fue ahí donde perdió el equilibrio y dio varias vueltas de campana deteniéndose con las ruedas arriba.

Los gritos de desesperación y de dolor aparecieron y o dejaron de cesar por varios minutos. Como en todo accidente, aparecieron los heridos, rasguñados, algunos tenían fracturas de mano, tobillo, unos de ellos tenia el cuero cabelludos remangado; empezaba por la frente y terminada a un costado de la nuca.

Los niños que no habían dejado de mirar al camión desde que partió, al ver el accidente corrieron velozmente a donde sus padres para anunciar la tragedia. Uno de los niños corrió a la campana de la iglesia y la noticia se divulgó como fuego de Troya. Los accidentados estaban enjaulados en las cuatro paredes de madera del camión; por la posición en la que había quedado.

Los vecinos trajeron machetes, hachas y así rompieron algunas partes de la carrocería para rescatar a los heridos.

Dentro de la caseta, que también era de madera, se encontraba una pariente del dueño. Ella llevaba sobre los muslos a una guagua, la criatura recién tenia 4 años y en el instante de la volcadura la madre abrazó a la niña para protegerla.

Para rescatarla a sus ocupantes, la caseta corrió la misma suerte. Tuvieron que destrozar su puertas para salvarlos.

El dueño del carro, un joven recién casado, gritaba en el momento que lo auxiliaban. De tanto manipular su cuerpo para sacarlo de entre las maderas y fierros retorcidos del timón pegado a su cuerpo: le desgarraron los testículos. Durante varios minutos la sangre corría por tierra como un río. Rato después, desmayado yacía en el suelo, bajo la mirada impotente de susa familiares.

Llegó la noche y en el perfil del cerro del cementerio se veía el carro con las ruedas arriba. Entre velas y lámparas, el pueblo estaba apenado. Más aún, los familiares de los treinta y cuatro pasajeros, que se encontraban en sus hogares heridos. Aquella noche fue de rezos y tensiones. Mientras el dueño, seguía desangrándose y no despertaba.

Al día siguiente, mientras el gallo cantaba y el sol alumbraba las llantas nuevas del camión; cedí la noticia que el dueño había fallecido. Hubo un gran velatorio, un gran silencio, aquel día, hasta los perros echados en la entrada de las casas: dejaron de ladrar.

Llegó la tarde y todo el pueblo cargó el féretro en hombros. Empezaron a avanzar hasta llegar al cementerio. Lo enterraron entre sollozos, discursos, condolencias y abrazos sinceros. Finalmente el cementerio cobró la calma y el cuerpo del difunto quedó sepultado, acompañado de flores. Eran las únicas que emanaban perfume, que se perdían en la atmósfera.

Del cementerio, inesperadamente apareció una luz, un rayo esférico, que permaneció durante mucho tiempo sobre la tumba nueva y misteriosamente desapareció.

En el pueblo se comentaba, que era un platillo volador de esos que suelen aparecer. Otros afirmaban que el cuerpo del difunto se había convertido en luz, y que el muertito salió de su tumba a pasea. Se especulo mil cosas, pero aquel rayo de luz, nuevamente apareció un mes después alumbrado todo el cementerio; y a m omentos desaparecía, sin dejar huellas de su presencia.

Han pasado muchos años y aquella luz redonda, aparece de febrero en febrero. Siempre la ven a la entrada del cementerio, rodando por el cascajo, como una bola; como un farol; camina desde las siete de la noche hasta el día siguiente. Algunas noches, aquella luz pasa por la carretera que va Ático. Muchos carros han atravesado aquel rayo esférico, sin sufrir daño alguno. Hay noches que la luz camina frente al Indio Viejo y desaparece en el momento menos esperado. Otras veces se deja ver de día; como una gran estrella a eso de las siete de la mañana y aparece un gran sol y a eso de las cinco de la tarde, se oculta junto al sol verdadero.

Cuando veo aquella luz, recuero el espíritu del Sr. Alvites, tenía un amigo fiel; éste era el libro. Siempre llevaba uno en la mano y lo leía, lo estudiaba cada vez que había oportunidad de tiempo libre. Devoraba los libros como otros devoran las cajas de cerveza. Siempre se le encontraba con gente alegre, compartiendo lo poco que tenía. Era un hombre que sabía escuchar, guardar silencio y disfrutar de la naturaleza intrínseca del presente; como lo hace la abeja cuando vuela cientos de kilómetros para encontrar el polen, vuela sin esfuerzo, pues es su necesidad. Como el viento que surca nuestro valle, o las aguas que cruzan amorosamente esa parte del planeta.

Recuerdo muy bien al Sr.Alvites. Al final de los diálogos, siempre agradecía los nuevos conocimientos, conceptos aprendidos de la vida y de la muerte.
-Abuelito, ¡Hoy día, saldrá la luz del Sr. Alvites? Preguntó el nieto con mucha ansiedad.

-Siii, hoy uno de enero, primer día del año, saldrá como siempre lo ha hecho.

No creo que salga –manifestó el nieto -, estamos bastante rato y los rayos del sol ya están saliendo.

El anciano miró al nieto tiernamente. Ambos sentados sobre un cuero de oveja; guardaron silencio para escuchar el sonido del valle. Pasaron muchos minutos. El sol estaba completamente afuera, brillando intensamente.

-Abuelito, hoy no saldrá, mejor nos vamos hay muchas cosas por hacer.
- Si por alguna razón no sale hoy la luz de Alvites, no perdamos su forma de ser. Fue un apóstol del saber, por eso siempre tengamos como a migo al libro. Para que germinen en nuestra razón nuevos viñedos de un futuro mejor. Guardemos silencio a lo que desconocemos, para o cometer imprudencias. Ahí podremos volar sin alas, conoceremos la verdad del universo. No olvidemos que el silencio, es la atmósfera de la armonía, donde las angustias encuentran la calma y la solución. Ahí investiguemos la causa. Sólo ahí superaremos lo aprendido cada día, agradezcamos la luz de Alvites que es fuente de interrogación de nuestra naturaleza, que ha tomado conciencia de su existencia; así tendremos la gran nobleza de ser grandes cada día en medio de este universos saturado de conocimientos..

De pronto los labios del nieto se ensancharon en una gran sonrisa,, sus ojos brillaron como nunca antes; sus pupilar se engrandecieron, saltó de júbilo sobre el cuero de carnero. Veía como la luz del día era más clara y es que por el cementerio apareció una luz brillante; rodaba lentamente por el cerro, parecía una bola de fuero, un rayo esférico trayendo alegría y sabiduría.



*.*.*.*.*.*.*.*


El Tesoro del indio viejo

JOSE ALVEAR CORIMANYA
*.*.*.*.*.*.*.*.*.*.*.*.*.*.*.*.*.*
.


SU FIRMA Y CONSIGNA LITERARIA.
*.*.*.*.*.*.*.*.*.*.*.*.*.*.*.*.*.*.*.*.*.*.*.*.*.*.*

.





EL TESORO DEL INDIO VIEJO.
*.*.*.*.*.*.*.*.*.*.*.*.*.*.*.*.*.*.*.*


Los caballos, las mulas y el esclavo, avanzan lentamente bajo la orden del amo, que viene desde las pampas de Argentina. Han pasado por la ciudad de la Paz, la cordilleras de Puno, Cuzco, Abancay.

Con los rostros empolvados, los labios rajados, la piel maltratada por el frío el sol y los vientos extraños que remolina estos lugares, avanzan por los senderos milenarios, junto al sudor y la ropa desteñida, que huele una veces al amo, a esclavo y a los mismos cuadrúpedos.

La escasez de agua, pasto y la larga jornada de varias lunas, agudiza el cansancio, especialmente de la tres mulas, que cuando lleva sobre sus lomas, dos “petacas”.

A paso lento va la caravana del arriero, bajo la tempestad del calor y las pocas corrientes de viento frío. El amo, por unos instantes desde su caballo, ve la gran distancia que falta para llegar a Caravelí. Luego bajará a orillas del mar, donde se encuentra el puerto de Ático, y finalmente, avanzará a ciudad de Lima. Mira a sus mulas desfallecer, a su esclavo sumiso a la “suerte” de su destino. Es ahí que ha decidido llegar a como de lugar al “Cerro del Indio Viejo”, del cual sólo se ve la parte alta de su caballera.

Con mil dificultades avanzan descansan, junto a las palabras alentadoras del amo. Por fin llegan a la parte baja del Cerro, donde está el “Indio Viejo”, A eso de las primeras horas de la tarde. Para alegría de todos, desde un pequeño montículo, se observa el pueblo de Caravelí, como un oasis,.En medio de la desolación del viento, del calor y la escasez de recursos de agua y comida para las acémilas, el amo ordena al esclavo descargar las seis “petacas” y demás enseres personales que cargan las mulas.

El esclavo arma una pequeña carpa y bajo la sobra, el amo decide recostarse, mientras en esos pocos minutos va ordenando sus ideas. Pero es tanto el cansancio, que rápidamente se introduce en las entrañas del sueño. Donde ve al “Indio Viejo” del cerro, que le dice: “ … muchas veces te he hospedado, te he brindado la mejor agua, el mejor vino, la mejor comida, ahora deberás pagar la tierra con tus tesoros y varias vidas en este lugar sagrado, si es que desearas conservar la tuya”.

El amo al despertarse confundido, asustado y en medio de un gran sudor, se persignó varias veces como demente, oró como nunca lo hizo, recordando que en lo alto de aquel cerro hay una cruz, un Dios. Levantó la mirada hacia el “indio Viejo” y dijo mentalmente: “Será lo que tu deseas”.

- Empieza a escarbar un hoyo grande.
- Si , mi Señor – contesto el buen esclavo son levantar la mirada y sin reprochar.
- Cogió la pampa, el pico y otras herramientas, y bajo el fuerte calor, empezó a abrir un hoyo.
- Pasó una, y otra luna. Cunado la profundidad del hoyo llega tres veces a la altura de la lampa, recién se noto: un perfecto sepulcro de tesoros.
- El amo sin miramientos, ordeno:
- Trae las seis “petacas”.
- El buen esclavo obedece y baja cada “petaca”
- Pesará tres o cuatro arrobas? ¡O tal vez más?
- Se preguntaba el esclavo.

Las entierra sin desfallecer al rudo trabajo del peso de la tierra colorada, y a la vigilante mirada del amo. A lo lejos, el sol agoniza entre nubes rojizas, anunciando la frescura de las olas del mar de ático.

En aquello semioscuridad, igualmente la tres mular son bajadas del hoyo, y segundos después se escucha el retumbar de tres disparos, sin ningún reclamo a la vida. los cuerpos de las acémilas, son acomodados sobre las “petacas”, aquellos cuerpos son cubiertos con arena y piedras menudas.

La luz del sol por fin se ha ido y la noche ha llegado, con todas las estrellas acostumbradas a esta hora. Minutos después la luz lejana de la luna, aparece en el distante horizonte, cabalgando nubes oscuras, En la soledad del cerro, el amo ordena el cese del trabajo. Llega la comida y luego el pesado seño para el esclavo, que ha caído candado sobre unos pellejos de oveja. Ahora duerme, buscando en su sueño, aquella sonrisa de niño, que alguna vez tuvieron sus labios gruesos y grandes.

Pero a eso de la media noche, cuando la luna va eliminando las sobras, se escucha un nuevo disparo. El amo guarda el revólver, mientras va mirando las nuevas estrellas, que hay en el firmamento totalmente despejado.

El amo ha concluido su plan siniestro. Mira al esclavo en medio de un charco de sangre, con indiferencia, como todo patrón sabe hacer. Aquel cuerpo de piel negra, huele a jornadas de trabajo. En la sien ha recibido un balazo, y se sabe que el esclavo sin parpadear, ha recibido aquella gracia; que lo aleja para siempre de las ordenes humillantes. Aquel cadáver, es arrastrado por uno de los caballo muy cerca al hoyo; luego es empujado sobre la arena que cubre el cuerpo de las mulas.

Al día siguiente, sin más orden que dar, el amo, después de mucho tiempo, coje una lupa y cubre con arena aquel cuerpo, que va desapareciendo y quedando bajo tierra.

A la luz del nuevo día, el inmigrante, monta su caballo y avanza hasta el pueblo de Chaparro, donde es bien recibido. Y es en este pueblo de Chaparro, donde es bien recibido. Y es en este lugar que pernoctará varios días. Una vez recuperadas sus energías por los alimentos y las largas horas de sueño, ha ordenado sus ideas nuevamente y antes de abandonar aquel pueblito, ha contado a uno del pueblo lo sucedido con “petacas” llenas de monedas de oro y de plata. Finalmente, la última noche, el arriero junto al fogón, cuenta de manera casi misterios: “ … he dejado un derrotero, alrededor de la tumba y del tesoro. La marca es, unas piedras medianas en forma de corral, pareciendo un aposento para descansar. Este es el sello de un pago múltiple a la tierra que me cobijó: del frío, del viento, la lluvia, del calor …. Las piedras están puestas nomás, será fácil de encontrar…”.

Han pasado treinta años, y aquel campesino de Chaparro ha envejecido. Y como todo buen hombre de trabajo, un día ha bajado al pueblo de Caravelí, y esta historia contó en una reunión, a todos sus hijos.

“… aquella seña aún está, no se ha borrado. La última vez que he ido, la marca la he visto con mis propios ojos; la he palpado en medio de una gigantesca sombra oscura. Al llegar la noche, se escucha el ruido de un hombre lampeando; es un hombre corpulento, sólo se ve su sobra. El paso de varias mulas, se escucha que avanzan y avanzan. En otros momentos, he oído varios disparos de un arma de fuego. Aquel tesoro, está en una lomada media fea, junto a un pequeño precipicio…”

Aquellos hijos han escuchado lo narrado y han dejado pasar otras decenas de años. Y ahora a la edad de setenta años, han contado este secreto a sus hijos en otra reunión familiar. Han pasado más de cincuenta años, y por tradición nuevos familiares se han reunido y la historia ha sido reiteradamente contada por el hermano mayor: “ .. la última vez que he ido, he encontrado la marca y sospecho que hay miles de pesos Bolivarianos, Argentinos y Peruanos, en monedas de plata y oro”.

Han pasado más de tres generaciones que suman muchos años, pero como en toda familia, hay un Judas que no quiere trabajar: es ambicioso, aventurero y flojo. Esta mañana se le ha visto preparando una mochila en la que lleva vinagre y agua para que neutralice el “antimonio” y no se levante.
También lleva una oveja y un perro, para que el “antimonio” quede en los pulmones de aquellos animales y pueda encontrar los restos del pago a la tierra. Y también pueda, con un poco de suerte, sacar de aquel lugar encantado, el tesoro del “Indio Viejo”.


PRIMERA EDICIÓN: JOSE ALVEAR CORIMANYA.
COLECCIÓN LITERARIA N° 87
Arequipa, Noviembre 2000 – Derechos Reservados.