domingo, 14 de marzo de 2010

La luz de Alvites

JOSE ALVEAR CORIMANYA
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SU FIRMA Y CONSIGNA LITERARIA.
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LA LUZ DE ALVITES.
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Todavía tengo el recurso en mis ojos, lo que sucedió en el año 1937. Era el mes de febrero, había llovido res días seguidos pero el cuarto día, el sol nacía entre los cerros como nunca antes sucedió.

Estábamos en la semana de carnaval y el día central se acercaba. Como es natural, todos deseábamos que la fiesta sea mejor que el año próximo pasado. Cada vecino, a su manera iba preparando sus cosas. Aquella mañana toda la gente del pueblo tuvimos una gran sorpresa: de pronto apareció un camión pequeño, no sabemos realmente a que hora ingresó al pueblo: lo más probable es que fue de noche o por la madrugada, donde todo el mundo duerme; y los perros dan de rato en rato una pestañeada al cansancio.

La novedad era para todos, especialmente para los más pequeños, ellos al ver el camión, lo perseguían corriendo, junto a los perros que no dejaban de ladrar y de correr tras las ruedas. En cambio algunos adolescentes corrían y se subían “al vuelo” y así, repleto de personas el camión se desplazaba llevando muchas alegrías, sonrisas, ¡Hurras¡ El camión dio varias vueltas alrededor de la plaza de armas. El dueño, lleno de emoción aceleraba el motor como toro embravecido, levantando polvareda y demostrando gran habilidad en el timón, por algo venía desde Lima: la capital del Perú.

Los más pequeñitos, atónitos y asombrados, desde sus puertas dejaban de jalar sus carros de madera y desde ahí paraditos, miraban el camión boquiabiertos.

Indudablemente todo el pueblo se llenó de emoción, todos estaban muy orgullosos, incluyendo los ancianos., al ver que uno de sus hijos de Caraveli, ya tenía carro.

- ¡El pueblo está progresando¡ - gritaba uno que estaba en la Plaza Mayor.
- ¡Esto es Caraveli¡ ¡Que les parece¡ -exclamaba el Alcalde lleno de Júbilo.
- Esto se merece una fiesta de varios días- opinó uno de los vecinos, que llevaba en el hombreo un ternero.
- ¡ Traigan vino¡ ¡ Mucho vino¡ Que la fiesta recién va a empezar – ordenó un vecino a su hijo mayor.
- Estos vehículos llegan a la muerte de dos o tres gatos – manifestó alegre un anciano, que estaba sentado en una mecedora frente a la puerta de su casa.

Luego de algunas vueltas por el contorno del pueblo y a la Plaza de Armas se detuvo frente al local de la Municipalidad. Muchos corrieron con cierto miedo, especialmente los más pequeños, para tocar las puertas, las ruedas y agarraban cuanto podías. Igualmente hicieron los perros, que inmediatamente pelearon para orinar en las llantas; cada uno deseaba dejar su “marca”.

Por su parte el dueño brindó un vaso de vino, con varios vecinos del pueblo. En aquel momento los discursos aparecieron por doquier, felicitando al dueño que no apartaba de su mano el vaso de vino y no dejaba de sonreir y de dar las gracias, por las felicitaciones.

Calmados los ánimos, el dueño eligió a treinta personas para dar otro paseo por el pueblo, luego subirían otros tanto. Los elegido subieron al camión y otras dos personas más para que lo acompañen en la caseta. El carro, por las maniobras del chofer, empezó a crujir. Las ruedas se movieron unos centímetros y los aplausos inmediatamente aparecieron, tan igual que los ¡Hurras¡ ¡Hurras¡, que los vecinos espontáneamente daban, junto al ladrido de los perros que aparecieron nuevamente. EL l camión se alejó en medio de tanta alegría, mientras todos levantaban la mano en un adios infinito, otros brindaban con un vado de vino, pagando a la Santa Tierra, algunos vecinos dejaron caer algunas lágrimas de emoción.

¡Caravelí, tenía su camión¡ Entre vivas, alaridos y nubes de polvo, el camión se perdió al final de la calle principal. el vehículo subía por una trocha ladeando el cerro, como quien se va a ático. cuando llegó a la parte más alta del cementerio, el camión se detuvo como un toro bravo, rujió varias veces, votando humo por la parte trasera. Desde aquella colina, todos miraron alegres el pueblo, les parecía diferente. Las sonrisas se reanudaron y con la misma alegría. El carro después de algunos minutos empezó a rodar suavemente cerro abajo. En una maniobra inesperada, el chofer quiso ingresar a la trocha, pero fue ahí donde perdió el equilibrio y dio varias vueltas de campana deteniéndose con las ruedas arriba.

Los gritos de desesperación y de dolor aparecieron y o dejaron de cesar por varios minutos. Como en todo accidente, aparecieron los heridos, rasguñados, algunos tenían fracturas de mano, tobillo, unos de ellos tenia el cuero cabelludos remangado; empezaba por la frente y terminada a un costado de la nuca.

Los niños que no habían dejado de mirar al camión desde que partió, al ver el accidente corrieron velozmente a donde sus padres para anunciar la tragedia. Uno de los niños corrió a la campana de la iglesia y la noticia se divulgó como fuego de Troya. Los accidentados estaban enjaulados en las cuatro paredes de madera del camión; por la posición en la que había quedado.

Los vecinos trajeron machetes, hachas y así rompieron algunas partes de la carrocería para rescatar a los heridos.

Dentro de la caseta, que también era de madera, se encontraba una pariente del dueño. Ella llevaba sobre los muslos a una guagua, la criatura recién tenia 4 años y en el instante de la volcadura la madre abrazó a la niña para protegerla.

Para rescatarla a sus ocupantes, la caseta corrió la misma suerte. Tuvieron que destrozar su puertas para salvarlos.

El dueño del carro, un joven recién casado, gritaba en el momento que lo auxiliaban. De tanto manipular su cuerpo para sacarlo de entre las maderas y fierros retorcidos del timón pegado a su cuerpo: le desgarraron los testículos. Durante varios minutos la sangre corría por tierra como un río. Rato después, desmayado yacía en el suelo, bajo la mirada impotente de susa familiares.

Llegó la noche y en el perfil del cerro del cementerio se veía el carro con las ruedas arriba. Entre velas y lámparas, el pueblo estaba apenado. Más aún, los familiares de los treinta y cuatro pasajeros, que se encontraban en sus hogares heridos. Aquella noche fue de rezos y tensiones. Mientras el dueño, seguía desangrándose y no despertaba.

Al día siguiente, mientras el gallo cantaba y el sol alumbraba las llantas nuevas del camión; cedí la noticia que el dueño había fallecido. Hubo un gran velatorio, un gran silencio, aquel día, hasta los perros echados en la entrada de las casas: dejaron de ladrar.

Llegó la tarde y todo el pueblo cargó el féretro en hombros. Empezaron a avanzar hasta llegar al cementerio. Lo enterraron entre sollozos, discursos, condolencias y abrazos sinceros. Finalmente el cementerio cobró la calma y el cuerpo del difunto quedó sepultado, acompañado de flores. Eran las únicas que emanaban perfume, que se perdían en la atmósfera.

Del cementerio, inesperadamente apareció una luz, un rayo esférico, que permaneció durante mucho tiempo sobre la tumba nueva y misteriosamente desapareció.

En el pueblo se comentaba, que era un platillo volador de esos que suelen aparecer. Otros afirmaban que el cuerpo del difunto se había convertido en luz, y que el muertito salió de su tumba a pasea. Se especulo mil cosas, pero aquel rayo de luz, nuevamente apareció un mes después alumbrado todo el cementerio; y a m omentos desaparecía, sin dejar huellas de su presencia.

Han pasado muchos años y aquella luz redonda, aparece de febrero en febrero. Siempre la ven a la entrada del cementerio, rodando por el cascajo, como una bola; como un farol; camina desde las siete de la noche hasta el día siguiente. Algunas noches, aquella luz pasa por la carretera que va Ático. Muchos carros han atravesado aquel rayo esférico, sin sufrir daño alguno. Hay noches que la luz camina frente al Indio Viejo y desaparece en el momento menos esperado. Otras veces se deja ver de día; como una gran estrella a eso de las siete de la mañana y aparece un gran sol y a eso de las cinco de la tarde, se oculta junto al sol verdadero.

Cuando veo aquella luz, recuero el espíritu del Sr. Alvites, tenía un amigo fiel; éste era el libro. Siempre llevaba uno en la mano y lo leía, lo estudiaba cada vez que había oportunidad de tiempo libre. Devoraba los libros como otros devoran las cajas de cerveza. Siempre se le encontraba con gente alegre, compartiendo lo poco que tenía. Era un hombre que sabía escuchar, guardar silencio y disfrutar de la naturaleza intrínseca del presente; como lo hace la abeja cuando vuela cientos de kilómetros para encontrar el polen, vuela sin esfuerzo, pues es su necesidad. Como el viento que surca nuestro valle, o las aguas que cruzan amorosamente esa parte del planeta.

Recuerdo muy bien al Sr.Alvites. Al final de los diálogos, siempre agradecía los nuevos conocimientos, conceptos aprendidos de la vida y de la muerte.
-Abuelito, ¡Hoy día, saldrá la luz del Sr. Alvites? Preguntó el nieto con mucha ansiedad.

-Siii, hoy uno de enero, primer día del año, saldrá como siempre lo ha hecho.

No creo que salga –manifestó el nieto -, estamos bastante rato y los rayos del sol ya están saliendo.

El anciano miró al nieto tiernamente. Ambos sentados sobre un cuero de oveja; guardaron silencio para escuchar el sonido del valle. Pasaron muchos minutos. El sol estaba completamente afuera, brillando intensamente.

-Abuelito, hoy no saldrá, mejor nos vamos hay muchas cosas por hacer.
- Si por alguna razón no sale hoy la luz de Alvites, no perdamos su forma de ser. Fue un apóstol del saber, por eso siempre tengamos como a migo al libro. Para que germinen en nuestra razón nuevos viñedos de un futuro mejor. Guardemos silencio a lo que desconocemos, para o cometer imprudencias. Ahí podremos volar sin alas, conoceremos la verdad del universo. No olvidemos que el silencio, es la atmósfera de la armonía, donde las angustias encuentran la calma y la solución. Ahí investiguemos la causa. Sólo ahí superaremos lo aprendido cada día, agradezcamos la luz de Alvites que es fuente de interrogación de nuestra naturaleza, que ha tomado conciencia de su existencia; así tendremos la gran nobleza de ser grandes cada día en medio de este universos saturado de conocimientos..

De pronto los labios del nieto se ensancharon en una gran sonrisa,, sus ojos brillaron como nunca antes; sus pupilar se engrandecieron, saltó de júbilo sobre el cuero de carnero. Veía como la luz del día era más clara y es que por el cementerio apareció una luz brillante; rodaba lentamente por el cerro, parecía una bola de fuero, un rayo esférico trayendo alegría y sabiduría.



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