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SU FIRMA Y CONSIGNA LITERARIA.
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EL TESORO DEL INDIO VIEJO.
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Los caballos, las mulas y el esclavo, avanzan lentamente bajo la orden del amo, que viene desde las pampas de Argentina. Han pasado por la ciudad de la Paz, la cordilleras de Puno, Cuzco, Abancay.
Con los rostros empolvados, los labios rajados, la piel maltratada por el frío el sol y los vientos extraños que remolina estos lugares, avanzan por los senderos milenarios, junto al sudor y la ropa desteñida, que huele una veces al amo, a esclavo y a los mismos cuadrúpedos.
La escasez de agua, pasto y la larga jornada de varias lunas, agudiza el cansancio, especialmente de la tres mulas, que cuando lleva sobre sus lomas, dos “petacas”.
A paso lento va la caravana del arriero, bajo la tempestad del calor y las pocas corrientes de viento frío. El amo, por unos instantes desde su caballo, ve la gran distancia que falta para llegar a Caravelí. Luego bajará a orillas del mar, donde se encuentra el puerto de Ático, y finalmente, avanzará a ciudad de Lima. Mira a sus mulas desfallecer, a su esclavo sumiso a la “suerte” de su destino. Es ahí que ha decidido llegar a como de lugar al “Cerro del Indio Viejo”, del cual sólo se ve la parte alta de su caballera.
Con mil dificultades avanzan descansan, junto a las palabras alentadoras del amo. Por fin llegan a la parte baja del Cerro, donde está el “Indio Viejo”, A eso de las primeras horas de la tarde. Para alegría de todos, desde un pequeño montículo, se observa el pueblo de Caravelí, como un oasis,.En medio de la desolación del viento, del calor y la escasez de recursos de agua y comida para las acémilas, el amo ordena al esclavo descargar las seis “petacas” y demás enseres personales que cargan las mulas.
El esclavo arma una pequeña carpa y bajo la sobra, el amo decide recostarse, mientras en esos pocos minutos va ordenando sus ideas. Pero es tanto el cansancio, que rápidamente se introduce en las entrañas del sueño. Donde ve al “Indio Viejo” del cerro, que le dice: “ … muchas veces te he hospedado, te he brindado la mejor agua, el mejor vino, la mejor comida, ahora deberás pagar la tierra con tus tesoros y varias vidas en este lugar sagrado, si es que desearas conservar la tuya”.
El amo al despertarse confundido, asustado y en medio de un gran sudor, se persignó varias veces como demente, oró como nunca lo hizo, recordando que en lo alto de aquel cerro hay una cruz, un Dios. Levantó la mirada hacia el “indio Viejo” y dijo mentalmente: “Será lo que tu deseas”.
- Empieza a escarbar un hoyo grande.
- Si , mi Señor – contesto el buen esclavo son levantar la mirada y sin reprochar.
- Cogió la pampa, el pico y otras herramientas, y bajo el fuerte calor, empezó a abrir un hoyo.
- Pasó una, y otra luna. Cunado la profundidad del hoyo llega tres veces a la altura de la lampa, recién se noto: un perfecto sepulcro de tesoros.
- El amo sin miramientos, ordeno:
- Trae las seis “petacas”.
- El buen esclavo obedece y baja cada “petaca”
- Pesará tres o cuatro arrobas? ¡O tal vez más?
- Se preguntaba el esclavo.
Las entierra sin desfallecer al rudo trabajo del peso de la tierra colorada, y a la vigilante mirada del amo. A lo lejos, el sol agoniza entre nubes rojizas, anunciando la frescura de las olas del mar de ático.
En aquello semioscuridad, igualmente la tres mular son bajadas del hoyo, y segundos después se escucha el retumbar de tres disparos, sin ningún reclamo a la vida. los cuerpos de las acémilas, son acomodados sobre las “petacas”, aquellos cuerpos son cubiertos con arena y piedras menudas.
La luz del sol por fin se ha ido y la noche ha llegado, con todas las estrellas acostumbradas a esta hora. Minutos después la luz lejana de la luna, aparece en el distante horizonte, cabalgando nubes oscuras, En la soledad del cerro, el amo ordena el cese del trabajo. Llega la comida y luego el pesado seño para el esclavo, que ha caído candado sobre unos pellejos de oveja. Ahora duerme, buscando en su sueño, aquella sonrisa de niño, que alguna vez tuvieron sus labios gruesos y grandes.
Pero a eso de la media noche, cuando la luna va eliminando las sobras, se escucha un nuevo disparo. El amo guarda el revólver, mientras va mirando las nuevas estrellas, que hay en el firmamento totalmente despejado.
El amo ha concluido su plan siniestro. Mira al esclavo en medio de un charco de sangre, con indiferencia, como todo patrón sabe hacer. Aquel cuerpo de piel negra, huele a jornadas de trabajo. En la sien ha recibido un balazo, y se sabe que el esclavo sin parpadear, ha recibido aquella gracia; que lo aleja para siempre de las ordenes humillantes. Aquel cadáver, es arrastrado por uno de los caballo muy cerca al hoyo; luego es empujado sobre la arena que cubre el cuerpo de las mulas.
Al día siguiente, sin más orden que dar, el amo, después de mucho tiempo, coje una lupa y cubre con arena aquel cuerpo, que va desapareciendo y quedando bajo tierra.
A la luz del nuevo día, el inmigrante, monta su caballo y avanza hasta el pueblo de Chaparro, donde es bien recibido. Y es en este pueblo de Chaparro, donde es bien recibido. Y es en este lugar que pernoctará varios días. Una vez recuperadas sus energías por los alimentos y las largas horas de sueño, ha ordenado sus ideas nuevamente y antes de abandonar aquel pueblito, ha contado a uno del pueblo lo sucedido con “petacas” llenas de monedas de oro y de plata. Finalmente, la última noche, el arriero junto al fogón, cuenta de manera casi misterios: “ … he dejado un derrotero, alrededor de la tumba y del tesoro. La marca es, unas piedras medianas en forma de corral, pareciendo un aposento para descansar. Este es el sello de un pago múltiple a la tierra que me cobijó: del frío, del viento, la lluvia, del calor …. Las piedras están puestas nomás, será fácil de encontrar…”.
Han pasado treinta años, y aquel campesino de Chaparro ha envejecido. Y como todo buen hombre de trabajo, un día ha bajado al pueblo de Caravelí, y esta historia contó en una reunión, a todos sus hijos.
“… aquella seña aún está, no se ha borrado. La última vez que he ido, la marca la he visto con mis propios ojos; la he palpado en medio de una gigantesca sombra oscura. Al llegar la noche, se escucha el ruido de un hombre lampeando; es un hombre corpulento, sólo se ve su sobra. El paso de varias mulas, se escucha que avanzan y avanzan. En otros momentos, he oído varios disparos de un arma de fuego. Aquel tesoro, está en una lomada media fea, junto a un pequeño precipicio…”
Aquellos hijos han escuchado lo narrado y han dejado pasar otras decenas de años. Y ahora a la edad de setenta años, han contado este secreto a sus hijos en otra reunión familiar. Han pasado más de cincuenta años, y por tradición nuevos familiares se han reunido y la historia ha sido reiteradamente contada por el hermano mayor: “ .. la última vez que he ido, he encontrado la marca y sospecho que hay miles de pesos Bolivarianos, Argentinos y Peruanos, en monedas de plata y oro”.
Han pasado más de tres generaciones que suman muchos años, pero como en toda familia, hay un Judas que no quiere trabajar: es ambicioso, aventurero y flojo. Esta mañana se le ha visto preparando una mochila en la que lleva vinagre y agua para que neutralice el “antimonio” y no se levante.
También lleva una oveja y un perro, para que el “antimonio” quede en los pulmones de aquellos animales y pueda encontrar los restos del pago a la tierra. Y también pueda, con un poco de suerte, sacar de aquel lugar encantado, el tesoro del “Indio Viejo”.
PRIMERA EDICIÓN: JOSE ALVEAR CORIMANYA.
COLECCIÓN LITERARIA N° 87
Arequipa, Noviembre 2000 – Derechos Reservados.
cul me encanto
ResponderEliminarme fasina la istoria del indio viejo
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