JOSE ALVEAR CORIMANYA
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EL PACAY DE LA BRUJAS.
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Uno de los pacaes esta al borde un muro de piedras que colinda, con la calle principal que va al barrio Colca, el otro está más adentro, ambos abarcan todo lo ancho de aquella polvorienta calle. En este lugar, muchas persona se detienen a dialogar, co o parte de un pequeño descanso. Para otros, era el lugar romántico más apropiado, para intercambiar besos y abrazos. El pacay, brindaba frescura con su sobra en los días calurosos y servía a la vez en tiempo de lluvia, como un inmenso paraguas, y así los diálogos para los enamorados eran más íntimos. Era fantástico ver, como el tiempo había pasado por sus ramos gruesas y delgadas. Había logrado enredarse rn lo alto, así era hermoso verlo tan grande, coposo, era un monumento a la naturaleza.
Cierta tarde, un reducido número de amigos íntimos, se pusieron de acuerdo para ir al frondoso pacay. Según el plan fueron primero al río Anchaqui, llevando varias talegas, he hicieron lo que debían hacer. Luego, caminaron hasta llegar al lugar indicado, y ahí se escondieron en el rincón más apropiado, esperando el momento oportuno para actuar.
Mientras esperaban, bebieron algunos sorbos de Pisco. La Luna asomaba su Luz al pueblo y en otros momentos desaparecía en medio de largas nubes negruzcas, que cruzaban el firmamento. Uno del grupo, divisó a lo lejos un cuerpo delgado y menudo, que se acercaba por aquel camino angosto donde ellos se encontraban.
-¡El es¡ - dijo Toribio con sorna.
-¡Si, es él¡ - exclamo Mariano muy alegremente.
Su caminar muy origina lo había delatado, todos comprendieron que se trataba de la víctima. Callaron, dejando el rumor a los grillos y a otros animales, a posesionarse del silencio de la noche. Un vientecillo tibio recorrió el lugar, haciéndola más fresca. La Luna parecía brillar mejor a estas horas de la noche.
Aquel joven delgado, cada vez se acercaba más. Al llegar, a la sombra del inmenso pacay, trepó el cerco de piedras, no sin antes mirar en toda dirección. Ingresó al campo donde estaba el frondoso árbol, se arrimó al pacay como las demás noche, se bajo el pantalón y se sacó el miembro viril. Cerro los ojos y empezó a encumbrar lo inalcanzable de la sexualidad. Los movimientos de la masturbación, se agilizaban queriendo derrochar su energía interna.
Aquel grupo de amigos, comprendiendo la difícil situación de “El niño José”, vieron que era el momento de actuar, giraron raudamente los saquillos en el espacio y en tiempos diferentes y diversas direcciones, fueron lanzando que habían traído del río. en ese momento, nación una lluvia de arenilla con piedras menudas, estas caían desde lo alto del pacay… “el niño José”, asustado y confundido, dejo de masturbarse, se subió rápidamente el pantalón y lo amarró como pudo, trepo el muro de piedras y corrió despavorido de aquel lugar, sin voltear la cabeza.
Al día siguiente aquel grupo de amigos, interceptaron disimuladamente al jovenzuelo de la noche anterior, en la plaza mayor. Conversaron de la rutina y de ls novedades que traía la vida. “El niño José”, sin poder contener el miedo que todavía conservaba en el rostro, contó haber tenido una experiencia muy desagradable bajo el pacay de aquella larga calle, que va al barrio Colca.
“…. Cuando pasé por el pacay-dijo “El niño José”, con sus ojos bien abiertos- de pronto una gran lluvia de arena fina y de piedras menudas caían sobre mi cabeza, el árbol empezó a moverse y los pacaes caían. En ese instante, escuche algunas voces incoherente en varios tonos, se igualaban a la ultratumba de la bruja, levante la mirada al gran pacay y vi como la larga cabellera de la bruja, se había enredado en las ramas. ¡Aquel pacay, es una bruja¡ Me miraba, me sacaba la lengua, de sus ojos nacían luces como rayos que herían mi cuerpo.. Salí corriendo del lugar, tanto que hasta los pantalones, de susto, se me cayeron. Casi muero de puro terror…. No he podido dormir, mis nervios están completamente destrozados. Iré a la Iglesia a confesarme…”
El rumos nació en la plaza de armas y horas después todo el pueblo se había enterado del acontecimiento. El párroco, fue el único que nunca comento nada sobre aquel suceso. En este pueblo había nacido un nuevo mito, “El pacaya de las brujas”.
Desde aquel día, el miedo cundió en los adultos, y pero en los niños que eran objeto de amenaza verbal: “ Si no obedeces, te llevo al pacay de las brujas”.
Las persona se vieron obligadas a pasar con mucho cuidado. Algunos, para evitar algún susto mayor, terminaban sus actividades domésticas antes que oscurezca. Pero como en todo lugar, hubo un hombre que no se doblegó a cambiar de rutina. Él desafiaba a voz en cuello, para que todos se enteren que él seguiría pasando todos los días bajo el pacay, a las cinco o seis de la tarde. Nadie sabía, que al pasar bajo el pacay, el silbaba y desafiaba a la bruja.
-¡Dónde esta brujita mía, para amarte?
- Si me enseñas tu rostro, te beso
- La única bruja del pueblo, es mi mujer.
Cuando regresaba a su domicilio, después de haberse divertido con los amigos del pueblo, afirmaba que al pasar por aquel lugar, entre nueve y diez de la noche, nunca había experimentado cosas raras, y nunca había visto bruja alguna. Pero lo que no decía es que de su boca salían frases como estas:
- Brujita linda de mis amores, ven a mi..
- - Cariño mío, cariño mío no te escondas, por ti vengo..
- -Amor mío, de algún brujo será y no mío ….
El tiempo paso, y un buen día, “El niño José” sin poder controlar su genio, fue al pacay a la luz del crepúsculo, y circunstancialmente, encontró varios saquillo que todavía conservan algo de arenilla y piedras, tan parecidas a las que le habían llovido aquella noche del susto. Reflexionó y puso en duda la realidad y la fantasía del pavor. Analizando objetivamente, se vio descubierto por algunos o muchos del barrio, ya que sabían de la masturbación que se hacía. Se avergonzó, transpiró del espectáculo que había brindado sin darse cuenta. ¡Cuántas personas me habrán mirado? ¡ Cuantas noches me habrán observado? ¡Sabrá todo el pueblo que me masturbo?. Se vio descubierto por aquel vil espionaje de su privacidad.
- Me vengaré¡ Exclamó sin poder controlar lo confundido que estaba, de ira y verguenza.
“El niño José”, para credibilidad a todo el pueblo de lo que dijo, preparó todo un plan de acción. Una noche fue a dicho lugar, se escondió en el sitio más adecuado y espero al valentón, que había osado desafiar su verdad.
Aquella noche su víctima para mal o buena suerte, había bebido algunas copas de pisco, uy al pasar bajo “ El pacay de la brujas”, no sólo le cayo arenilla y piedras menudas desde lo alto, sino también, vísceras que se enredaron en su cuerpo. Escucho miles de voces que maldecía su entereza…
- ¡Nadie desafía a una bruja¡
- ¿Come estas tripas¡
- Ven mi ….. ven a mi…
Al día siguiente muy temprano, fue al pueblo, busco a sus amigos y empezó a contar lo sucedido.
- El pacay, es la madre de miles de cabezas que hay en las ramas. Arrojan arena, piedras y lo peor, es que cuando abren sus bocas, vomitan vísceras, y mientras más se mueven, caen más vísceras, llenas de sangre y excremento. Pero en todo esto, hay una bruja que sacude el árbol y cae el fruto al suelo y no es fruto, son unas lenguas que se mueven como culebras partidas en dos.-explicó atemorizadazo, mientras de su frente bajaba un sudor incontenible.
Con estas declaraciones, de un hombre muy serio de todo el pueblo, las versiones de “El niño José” se vieron respaldas. El temor y el respeto al pacay creció. En toda la población, la zozobra aumento más y más. La presencia de gallinazos, dando rondas en lo alto del cielo, alarmaban más a la población, por lo mismo que anunciaba la existencia de mondongos. Unos decían:
- Son de humanos.
- Son de perros y de ovejas.
- Son de las propias brujas.
EL pacay, se había convertido en el terror del pueblo, sobre todo en los adultos, nadie quería pasar solitariamente por aquel lugar y si lo realizan, pasaban corriendo como los mil demonios. Algunos lo hacían acompañados. Aquel lugar que antes había aglutinado bajo su sombra, diálogos fraternos, caricias, juramentos de amor, juegos infantiles, ahora era el árbol temido, tan igual que su fruto de ser comido.
-¡De las ramas caen mondongos…
- ¡Son las tripas de los desaparecidos¡.
- ¿Los espíritus vagan, alrededor del pacay de las brujas¡
Se sabe que por aquel lugar, había un vecino que sufría de los nervios al enterarse de esta noticia, el pánico creció, vivía sobresaltado, en su imaginación nacía miles de ideas, así el temor creció más cuando miraba al pacay desde lejos, para él era una bruja, con sus pelos que se mecían al compás del viento. A ratos veía, dos o tres cabezas juntas que lo llamaban. Aquel buen hombre, para pasar, pescaba a cualquier vecino y le pagaba para que lo acompañe, sólo así podía llegar a su casa y al pueblo. Muchas veces se pasaba el tiempo y al no poder regresar a su casa se quedaba en el pueblo a dormir, esperando la salida del sol.
A pasado tanto tiempo, que “El Pacay de las brujas” se ha caído de pura vejez. De sus ramas, los pobladores hicieron leña, fuego, muchos bailaron sobre sus cenizas. Los temores y pesadillas son ahora memorias del pasado.
La mayor parte de los actores salieron del pueblo en busca de nuevos horizontes, muchos ya han muerto, algunos aún siguen envejeciendo como el pacay. Para ellos todavía existe “ el frondoso pacay de las brujas”, lo ven mecerse junto al viento, que se pierde en las soledad de los tiempos.
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